En mi «aquí y ahora»


Como cada mañana y de pura costumbre me he  servido un café, en esta ocasión no tenía antojo, pero pudo más la costumbre que el disfrute,  o más bien gozo de la costumbre del iniciar la  mañana con un expreso que me despertara las neuronas, es un verdadero y humeante ritual. Hoy pienso en el tiempo, observo con morbo el reloj y no me anonada ver cómo mueren los segundos. El sonido del tic-tac, tic – tac, tic-tac es incesante, incansable, verdugo de los días, asesino del tiempo.

El tiempo efímero y volátil, nunca sobra pero hay que gastarlo. Ha transcurrido la primera semana del año y los sueños discurren con ésta, y entre más sueños más compenetrados con el universo.

¿Recuerdas cuando eras niñ@?…

Una de las cosas más entrañables de mi infancia es esa capacidad de soñar, de creer en duendes y hadas, de asombrarme con un arcoíris y de la fiesta visual que suponía escalar una montaña.

Las calles amplias de la Ciudad de México me abren los brazos, huele a caño y gente va, gente viene, autos, autobuses y camiones de carga conjugan sus tiempos. Tomo un camión con destino al centro histórico, meditabunda me siento en la parte trasera cuando veo subir a un hombre que vende alegrías… y decía – ¿quién quiere alegrías?, las alegrías del medio día, ¡alegrías, alegrías!.

¡Yo quería muchas alegrías!, puede y ahí me haya caído el veinte de que había que vaciar mi costal mental para llenarlos únicamente de esas alegrías intrínsecas que llegan sin el ego como cuando era una niña insolente.

Llegué a Bellas Artes y recordé cuando estuve aquella tarde con mi gran amigo Bernardo, tomamos un café humeante con tarta de manzana, hablamos de libros, amores, cotidianidades, de lo efímero de las cosas, de la izquierda y la derecha, de Diego Rivera, de Henry Miller y su Trópico de Cáncer, del erotismo,  la elegancia y de la soledad… todo eran cadáveres, instantes muertos como ese que yo recordaba.

Me gusta observar las sombras alargadas,  recorría yo el “México Profundo”, observando al mundo con su lápida en la espalda, con sus rostros afligidos, luchadores, conformistas, idealistas y banales. Y seguía oliendo a caño… yo sigo pensando en las alegrías, las alegrías como un fin por sí mismo.

La ciudad es caótica y definitivamente inmortal, con una historia espectacular, pero ¿por qué no admirar mi propia historia?, si, soy una gota más del océano que se pierde entre la abominable naturaleza mientras una mano sabia sigue dibujando flores en las jardineras. Hasta ahora, creo que esa mano es lo único real, esa flor ante mis ojos es lo único que existe en ese instante… esa flor era yo, en mi “aquí y ahora”.

1 comentario en “En mi «aquí y ahora»

  1. un hombre pobre que va al templo todos los días a rezarle a un santo. Reza a la estatua: Querido Santo por favor, por favor, por favor déjame ganar la lotería. Al final, la estatua desesperada cobra vida, baja la mirada y le dice al hombre: Hijo mío, por favor, por favor, por favor compra un billete

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