En aquellos momentos en los que taciturna me pierdo en mi misma, razonaba ante el hecho del ser aquello que no queremos ser. Desafortunadamente, nuestra historia personal ha sido definida por una serie de factores que a lo largo de nuestros años de vida han conformado el colage de nuestra personalidad, es imposible reprogramarnos de la noche a la mañana ni tampoco soltar rasgos conflictivos de personalidad que vienen inclusive en nuestra carga genética. Quizás te suena familiar el hecho de sentir molestia por insignificancias, esa neurosis que fluye incansable e involuntariamente, ese apego enfermo a tu pareja, la inseguridad transformada en celos, esos vacíos rellenos de todo menos de amor… ese fenómeno desconocido que no puede ser manipulado ni explicado por canción o poema alguno.
Tengo que decirte que escribo para mi, ¿vale?, sin embargo me gusta compartirte porque puede y te sientas un tanto identificado con esto que necesito exorcizar, porque esta madrugada me despertó un extraño dolor de cabeza, no se si por pensar mucho y no darle al clavo.
Hace unas cuantas semanas leía El arte de amar (Erich Fromm), y ahonda en aquello que tanto trabajo nos cuesta, la introspección, pues si no somos capaces de conocernos y amarnos a nosotros mismos, es mentira decir que “amamos con locura” a otra persona, te pondré textual un extracto que subrayé:
Es imposible aprender a concentrarse sin hacerse sensible a uno mismo. ¿Qué significa eso? ¿Que hay que pensar continuamente en uno mismo, «analizarse», o qué? Si habláramos de ser sensible a una máquina, no habría dificultad para explicar lo que eso significa. Cualquiera que, por ejemplo, maneja un auto, es sensible a él. Advierte hasta un pequeño ruido inusual, o un insignificante cambio de la aceleración del motor. De la misma forma, el conductor es sensible a las irregularidades en la superficie del camino, a los movimientos de los coches que van detrás y delante de él. Sin embargo, no piensa en todos esos factores; su mente se encuentra en estado de serenidad vigilante, abierta a todos los cambios relacionados con la situación en la que está concentrado: manejar el coche sin peligro.
Es muy evidente que podemos ser sensibles a muchas cosas, menos a nosotros mismos. La vida ciertamente es insegura, al final del día lo único real es uno mismo. En cada momento hay que enfrentarse a lo desconocido, el futuro es impredecible pero este instante “es lo único que hay” y quizás el reprogramarnos supone desde un inicio plantarnos en el “aquí y ahora”, observarse a sí mismo sin juzgarse para entonces conocerse y amarse. En ocasiones, nuestro ego es tan grande que no cabe por la puerta, nuestra seguridad radica en aquello que el otro piense y así definitivamente es imposible florecer.
Amarse a uno mismo, supone un trabajo interior muy arduo, es vital saber estar en silencio, dejar la Black Berry del lado para dejar de ser parte de esta soledad masiva en la que nos hemos sumergido. Calla y observa a tu niñ@ interior, háblale y cuéntale que todo estará bien, sueña y abrázale, confía en esa inteligencia universal que te alimenta el espíritu del día a día, lleno esos vacíos con tus propias flores y sólo ábrete a las lecciones del día a día, las cuales son inevitables.
Deja del lado el miedo y enamórate de tu huésped interior, pues nadie te dará lo que tú mism@ no te des y nadie hará por ti eso que tú mism@ no hagas.
Un abrazo