Melancolía, como sombra letárgica sigilosa me sigue, callada y sabia, aún con esa apariencia fúnebre esconde la primavera entre su falda, declama, canta, se lamenta y ríe.
Melancolía, como calle solitaria, pero bella y mágica, como dama misteriosa, vestida de seda, te escurres, penetras en los huesos, viajas por las arterias, hinchas el corazón
y gritas dentro, muy dentro de mí, haces eco y sales por los ojos concentrada en una lágrima, fragmentada en mil historias, gozas paseando por las mejillas, te enalteces salada y te adueñas del tiempo, te conviertes en reloj y te robas los segundos, los minutos, los días hasta que te adueñas de lo infinito, de lo irreal, de lo que es, de lo que fue, de lo que aún no llega.
Melancolía, sabia maestra que disuelve la cotidianidad de los días, que estruja el corazón y lo moldea entre sus manos de gitana, que despabila y despierta.
Melancolía, que destrozas las corazas, que desnudas, que desenmascaras frente al espejo al ser más siniestro, al poeta más maldito.
Melancolía, que engendras poemas y das a luz en noches de luna llena para luego amamantarlos de añoranzas, de adioses disfrazados de hasta luegos.
Y así, melancolía me recuerdas que estoy viva, que soy viajera de los días del calendario, y que dentro de lo absurdo, vive lo absoluto, que de mi fragilidad emerge la llama y que aunque parezcas dueña del tiempo, eres alquimista atemporal.
Esta noche sé, que eres melancolía ahí donde Dios suele jugar a las escondidas…