Calambres en las piernas, llevo un rato inmersa en mis tareas de la maestría y debo decir que, todo lo que he leído últimamente me tiene apasionada, es como si estuviera frente a mi misma observando cada uno de mis gestos, de mis ademanes, es como si escuchara cada uno de mis pensamientos y suspiros, es como si de la noche a la mañana me hubiera convertido en mi observadora tenaz.
Sí, he entrado en temas como el “Yo”, el “Yo y Tú”, el “Mi”, el “Ello” y el “TÚ” con mayúsculas. Me he encontrado con nuevos autores, con viejas nuevas teorías, me he reconciliado con Freud y estoy aprendiendo a integrar situaciones adversas a mi historia. Existe hoy una nueva narrativa de mí, he abrazado mis tesis y antítesis, he creado nuevas síntesis y abrazo los nuevos significados, he entendido que controlamos eso de lo que somos consientes y que eso de lo que no somos consientes nos controla a nosotros mismos.
Ha cambiado mi perspectiva de la realidad, estoy permeando en mi el hecho de “aprender para desaprender”, ¡Pff!… qué difícil, desaprender todo lo innecesario que he recogido, por la sencilla razón de que me he identificado con un sinfín de conceptos ajenos a mi naturaleza. Los seres humanos, todos los días nos llenamos de ideas de otros, e inclusive si ponemos atención e intentamos escucharnos, podremos darnos cuenta de que mucho de lo que ocupa nuestro interior pertenece a nuestros padres, hermanos, abuelos, amigos, es quizás la perspectiva del sacerdote que celebra la misa los domingos o los maestros que se han cruzado en nuestro camino a lo largo de nuestra vida. Hemos inconscientemente reducido al “ser” a un conglomerado de experiencias ajenas pasadas, y así, nos hemos perdido en un mundo que si ineludiblemente es material, peor aún si el “ser” se identifica con todo lo que existe a su alrededor menos con su esencia.
Es increíble todo lo que hay que aprender de la naturaleza misma, cómo todos los días se renueva, como con cada estación trae nuevos bríos, como es perfecta y nosotros somos parte de esa daza cósmica con todos nuestros reveces. No hay porqué definir nuestro ser esencial en función a un sentimiento pues somos todo un cielo, y no porque exista una nube gris – como decía Anthony de Mello – significa que somos esa nube gris.
Todo pasa, es como un péndulo que oscila de un lado a otro.
Particularmente, esa idea vieja que he recordado es que, no hay necesidad de intentar cambiar nada, excepto yo misma, que es necesario no identificarme con ninguna emoción absurda porque, la realidad está bien, la realidad no es el problema, como decía Rogers “Los hechos no son hostiles”, ningún acontecimiento, persona o contexto; en resumidas cuentas, como lo han dicho tantos místicos: “Los problemas están en la mente humana”. No vemos a las cosas y a las personas como son, las vemos como somos nosotros mismos.
Ahora que me he vuelto más observadora de mí, y a sabiendas de que vine a aprender, nunca había tenido tan claro cómo ha sido mi proceso de “vivir” en estos años, no había tenido tan clara la empatía y más aún la empatía conmigo misma, no había observado a mi “yo” con la intención tan firme de conocerme, no había tenido la consciencia suficiente de que no soy un nombre ni un costal de células, que no soy una profesión, soy un ser humano como tú, como quien quiera que esté leyendo estas líneas, soy parte del cosmos, de la vida, de esta realidad, soy lo que he narrado pero sin duda no soy un producto terminado.
Atte
Charis