Un cuento del cardo Carlina: el amuleto de la mujer soñadora


En algún lugar lejano, donde el cielo parecía un algodón azul y  los árboles y las rocas cobraban vida,  existía un majestuoso prado en el que se daban los cardos más hermosos que jamás nadie hubiese visto, graciosos por sí solos;  es real que su belleza es extraña, pues no  poseen la delicadeza de una margarita, ni la gracia de una rosa, la ternura de una gerbera, ni la pureza de un alcatraz,  tampoco poseen  la soberbia de un tulipán, es más, estos cardos en aquel mágico lugar, tenían fama de rudeza y fealdad, quizás por esa riqueza de poseer dentro de sus especies la medicina y el veneno, algunas de estas flores, eran famosas por tener la virtud de la sanación, eran las sabias del prado, los gnomos solían recurrir a ellas cuando tenían alguna dolencia, éstos cardos generosos, aun con su interminable posesión de espinas, sacaban de sí su mejor bálsamo para curar a través de sus sustancias y rituales muchos de los males que los gnomos y hasta una que otra hada padecían. Estas flores, eran  una especia de alquimistas que transformaban la penuria en placentero  bienestar.

Dentro de los cardos de aquel prado de ensueño, había también algunos venenosos, tóxicos para cualquiera que pudiera tocarles, tampoco es que ellos  gozaran de eso, es sólo que esa era su naturaleza y debían de adaptarse a ese hábitat, muy a pesar del dolor que eso pudiera generarles, era su sombra, era más sombra tal vez que luz, y vaya que padecían al buscar una postura existencial que les permitiera sentirse aceptadas inclusive por los mismos cardos sanadores de aquel lugar. De alguna manera, sabían convivir entre ellas. Todas las mañanas, intentaban lucir hermosas, se miraban en el reflejo del riachuelo cantador al cual custodiaban, del que gozaban de sus notas todas las mañanas, se bañaban con el sol y se alimentaban de su fulgor, qué más daba si eran buenas o malas, ellas sólo se vestían con su mejor sonrisa, acariciadas por sus propias espinas.

Había algunas de tonos azulados que combinaban perfecto con el cielo, podrías encontrar a algunas lilas como la seda más exquisita e independientemente de sus espinas, tanto las sanadoras como las tóxicas poseían una belleza singular. Debajo  de sus espinas y mirando muy de cerca, eran las flores especialmente atractivas.

Ahí, en ese lugar donde habitaban diversas especies endémicas, entre los cardos de tradición chamánica y lo cardos venenosos, existía un cardo muy particular, era un cardo que tenía la particularidad de parecerse al sol, era una flor que además de su peculiar belleza, guardaba entre sus espinas un gran secreto: poseía en sí misma la medicina de los cardos sanadores, como el veneno de los cardos tóxicos, sus espinas eran las guardianas de tan gran tesoro, si ella lo deseaba, podía ser la flor más buena del mundo, pero con sólo quererlo podía transformarse en veneno puro y destruir lo que ella deseara. Vivía  esa eterna dualidad sintiéndose ajena la mayor parte del tiempo; Carlina era su nombre y para ella no era fácil aceptar su dualidad.

Un día, pasó un pica flor cerca de ella y la observó muy pensativa, dubitativo aún con esa chispa espontanea, no lo pensó más y acercándose a ella le dijo:

–       ¿Qué te ocurre pequeño sol?

–       No entenderías – respondió ella – pero aún así, quizás por mi misma necesidad, te expresaré que hay momentos en los que me siento sola, no es fácil, pero tengo claro que, poseo un gran regalo y hasta hoy no he sabido utilizarlo.

–       ¡Mmmm!, te entiendo – dijo el picaflor- en realidad no sé qué decirte, creo que no es tan malo, aunque, debo admitir que volar es divertido, sentir el sol más de cerca y vibrar con el viento, subir a los árboles y mirar desde otra perspectiva, pero no te creas, ir de un lado a otro es agotador, ser nómada y no echar raíces  es también muy cansado.

–       ¿De verdad?- pregunto Carlina con los pétalos expandidos por la sorpresa.

–       Sí – dijo el picaflor revoloteando hiperactivo – Tú te alimentas aquí sin mayor esfuerzo, las orugas te visitan, las catarinas buscan sombra bajo de ti, entiendo que a momentos podría ser aburrido pero, si dices que tienes un gran regalo, ¿Por qué no lo usas? Un día escuche que, lo que se nos da y no utilizamos, desaparece. Recuerda, tú eres el mismo sol, basta con que mires al cielo algodonado para verte a ti misma en el astro rey. Eres privilegiada; no te pido que me cuentes tu secreto, sólo recuerda que, si tú cambias tu manera de verte a ti misma, todo afuera cambiará.

–       ¡Wow!, ¿es real eso? – sacudida por la sorpresa con los pétalos despeinados expresó Carlina.

–       Tan real como tú lo desees pequeño sol, eres hermosa, eres genuina y sé que debajo de esas espinas existe un mundo interior maravilloso.

–       Bueno, la verdad es que nunca me he observado con conciencia, sólo sé que soy una flor diferente, no he sabido cómo usar mi energía orgánica. Observo a las demás flores asumiendo sus roles y yo, a veces me siento tan vulnerable. Te confieso que, tengo en mí la medicina y el veneno, la mayoría de las veces, saco mi mejor néctar a la superficie, naturalmente el veneno sale y cuesta vivir con él, a veces me siento incapaz de fluir con la naturaleza – Con cara de tristeza y pétalos gachos mencionó Carlina.

–       Eso no está nada mal – dijo el picaflor – tu naturaleza es así, eres femenina, atractiva y generosa, pero también tienes espinas y veneno. Se me ocurre que, tal vez si te contemplas más a menudo en el riachuelo cantador, te conozcas un poco más y con el paso de los días consigas integrar más a ti eso que te fue dado: tu propio veneno. Recuerda, te hace más sabia tu propia dualidad, puedes comprender a las flores sanadoras, pero también entender la soledad de los cardos tóxicos, si te observas más podrás verte en los demás seres, tanto en la mariposa que anda libre, como en la roca deslavada que te mira curiosa. Podrás verte incluso en mis propios ojos, descubrirás historias fantásticas y tendrás mucho más por compartir. Los humanos dicen que lo que das, vuelve multiplicado, es más, hubo un tal Jesús quien dijo que, “La verdad nos hará libres”, yo estoy seguro que podrías sentirte plena y libre tanto más te descubras en la luz y en la sombra.

Carlina se quedó en silencio, sucumbida por las palabras del picaflor que la miraba con ternura. Un poco cabizbaja sin saber por dónde comenzar con ella misma, recordó cuán insegura había sido siempre, muy a pesar de sus espinas, muy a pesar de su veneno, ella era hermosa. En lo profundo de sí y de sus dos territorios, había riquezas no exploradas, había mucho por compartir incluso con las propias lombrices.

Ella se sabía fuerte, autosuficiente, rica, pero había algo más que sentía le hacía falta, vivía con el ánima a flor de piel, pero también sabía que, no había marcado límites nunca, inclusive con ella misma; sabía que tenía una capacidad creativa superior y aunque en silencio inventaba cuentos para sí, no había sacado tampoco completamente su néctar, de pronto, vivía a la defensiva de todo el ecosistema.

–       Pequeño sol – dijo el picaflor -, dado que te veo inmersa en ti, parto. No olvides lo que hemos conversado hoy. Espero verte pronto, renovada y con muchas historias que contarme.

Con sutileza y afectivamente, agachó su diminuto pico acariciando uno de sus pétalos y voló, Y así, Carlina, se hizo una promesa así misma:

“Desde hoy, conoceré a profundidad mi mundo interior, mi mundo exterior y mi mundo subterráneo. Me miraré todos los días en el riachuelo cantor que me mira espejo. Disfrutaré el viento, me miraré en el mismo sol y compartiré mis historias con las catarinas y las orugas, conversaré hoy con los demás cardos y los miraré pétalo a pétalo como si fuese yo misma”.

Y así, todos los días y por todos los trechos de sí misma, Carlina se observaba, a veces con miedo y hasta tristeza, otras con admiración y gratitud por su peculiaridad, había dejado de ser su propia adversaria, sabía que ella misma había sido su verdugo pero también descubrió que en ella misma habitaba su heroína. Ese día sabía, que necesitaba dejarse acariciar más por el mismo sol, abrirse más al a amor y a la belleza de la vida, dejarse proveer por algo que no fuera su propia medicina ni sólo lo que le era familiar, ahora, dejaba que nuevos insectos se posaran sobre ella, se hizo amiga de nuevas abejas y por la noches, también cantaba con los grillos,  así descubrió que mágicamente su veneno se volvía parte de su medicina y no necesitaba más que sonreír y sobre todo expresar cuando algo no fuese de su agrado, aprender a decir que no cuando un insecto no fuera amigable, a no resistir lo que fuera con tal de no sentirse sola, ahora se tenía a ella misma con sus amplios pétalos más vivos que nunca, se gustaba así, silvestre y soberana.

Cuando llovía, disfrutaba más las gotas que escurrían por su tallo, se reía con los otros cardos y consiguió hacer muy buenos amigos en aquel prado majestuoso. Todas las mañanas, las orugas le visitaban para escuchar historias, esas de las que Carlina se hacía durante las noches de insomnio en las que los grillos no dejaban de cantar y así, ella descubrió que nuevos pétalos brotaban, era real porque tenía vida y podía compartirla.

Cuando llegó la primavera, Carlina hizo un inventario de todas las cosas que había conseguido desde que el picaflor pasó por ahí, en alguna ocasión escuchó hablar a los elementales de unos seres llamados ángeles, mismos que tenían alas y de pronto se disfrazaban para hacer el bien a otros, ella pensó que, ese picaflor era algo así.

Sabía que su peculiaridad era su fortaleza, que su dualidad era su maestra y que pudo recuperar el poder sobre su propio animus, ese que había robado parte de su femineidad, hoy era un cardo aún más auténtico, ya no era víctima de su propia autocrítica y fue capaz de construir relaciones más genuinas con todo lo que le rodeaba, antes de eso, tuvo que confrontarse con ella misma, beber un poco de su propio veneno para sólo así renacer cuantas veces fueran necesarias e integrarse por completo a su ecosistema, e inclusive descubrir que todo el ecosistema vivía dentro de ella misma, tanto las estrellas como las arañas y todo lo que le rodeaba, tanto el cielo como el mismo infierno, ser más creativa y cambiar su óptica sosa de lo que le rodeaba.

Cuando Carlina llegó a su fin, sucedió porque una mujer soñadora pasaba por ahí, los ojos le brillaron al contemplar la belleza del cardo Carlina, sus pétalos que brillaban como rayos de sol, la hacía parecer como una flor mágica, su autenticidad le robó un suspiro a la mujer soñadora que hipnotizada no dejaba de contemplarle, y sin más, con sus delicados dedos de flauta la tomó para sí. Llegando a casa, la clavó en su puerta, pues en algún momento al contador de historias de la aldea, le escuchó decir que este tipo de flor tenía la capacidad de ahuyentar a brujas, rayos y enfermedades.

Como un amuleto hoy, Carlina mágica yace en aquella puerta de cedro, cuidando la casa de la mujer soñadora, brillantes ambas, singulares, más vivas que nunca, en la luz y en la sombra.

@Rosariocardosop

5 comentarios en “Un cuento del cardo Carlina: el amuleto de la mujer soñadora

  1. Siempre aprendo algo nuevo leyéndote..pero nunca me había conmovido hasta las lagrimas…me he reflejado en Carlina, gracias siempre amiBa!!!

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