Siguiendo las flechas amarillas


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Justo hoy, hace cuatro años que llegué a la Compostela, todo tuvo su tiempo, su momento… iba yo siguiendo las flechas amarillas como lo sigo haciendo hoy, quizás esta noche medio vacía, valga la pena atiborrarla de recuentos, de cómo cada flecha amarilla me llevó de un sitio a otro hasta llegar aquí y ahora, y recuerdo cómo a veces el sedero parecía interminable como ocurre cuando no me he encontrado en mi mejor momento, como ha ocurrido cada vez que he tocado fondo sin confiar en el dolor, sin confiar en el miedo, porque hasta en esas emociones orgánicas básicas hay que confiar, porque el dolor es finalmente una catapulta que permite  dar un salto cuántico a nivel consciencia, porque el dolor hace sentir vivo al ser humano, me hace sentir viva a mí, me devuelve la intuición y me conecta con esa esencia pura, profunda, sutil y sublime.

Hace cuatro años, me recibió una música de gaita  en aquellas calles empedradas, estrechas y míticas, en esa tierra de tradición celta, ahí donde creen en las brujas, donde se escucha el gallego y se come tarta remojada en vino tinto, ahí donde se vive uno de los rituales más sagrados de cualquier alma que va en búsqueda de paradójicamente sí misma puede experimentar.

Anduve por la ruta jacobea antigua, esa que sale que Roncesvalles, Francia que originalmente atesora pisadas de miles de peregrinos durante 750 kilómetros y pienso en los kilómetros que ha andado mi alma y en esas flechas amarillas que han sido cada uno de mis seres amados, de mis ángeles sin alas y muchos maestros tal vez un tanto hostiles, pienso en mi infancia y mis pecas, en mi madre tan íntegra y completa, pienso en mi ánima y mi ánimus, en cómo cada paso dado lo construí desde mucho antes, cómo cierto es que hay cosas que ya están escritas por nuestra natural bondad o consecuencia de esas lecciones áridas, cómo cada ser humano (cada flecha amarilla) que he visto durante mis 32 años me ha llevado a conseguir un regalo, tal vez un nuevo amigo, un mejor empleo, un rumbo distinto en una nueva ciudad, una nueva pasión, un nuevo libro, una pizca de sabiduría, un amor más fuerte, una sonrisa más amplia, una dosis de magia, un sueño diferente, un compromiso más grande, un abrazo estrujado, me ha acercado a almas grandes, me ha permitido encontrar en mi una fe más honda,  sentir la gracia y fluir en ella,  aplastar mi ego y aprender a convivir con la frustración y la muerte, a construir nuevas historias y romper viejas creencias.

Las flechas amarillas son muchas veces no las más visibles ni las más brillantes, algunas veces pueden estar ocultas entre matorrales o en el lugar menos imaginado, menos deseado, en el sitio más incómodo, pueden estar ocultas en el rostro más desagradable del día a día, en la actividad más monótona, en la voz más áspera, en la soledad, en los amores rotos, en las relaciones también quebradas, en las fricciones, en la  tristeza y las lágrimas… ahí están las flechas amarillas y aún con miedo o duda vale la pena seguirlas, aún en la noche oscura del alma, en la angustia y la aflicción… ahí están las flechas amarillas.

Si tienes la intención de llegar, sucederá. Todo tiene su tiempo y su momento, sólo sigue las flechas amarillas sea cual sea el rostro, el color, la emoción, el instante…

3 comentarios en “Siguiendo las flechas amarillas

  1. Little Sister!! No sabes cómo extrañaba leer tus escritos!!! Sabes k siempre he sido tu fan!! Sólo que extraño cañón que no seas tú la que me los lea, y más…. ser la primera a quién se los leías! K buenos tiempos aquellos!!! Te amooo y extraño amigaaaa!!! Y éste en especial me encantó además del contenido, por la fecha en que lo escribiste y/o publicaste!!!! K Dios te bendiga siempre!!!

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