Para adentrarme en esta gramática de la vida entre mi padre y yo, he experimentado un bloque inconsciente, lo que probablemente ocurre porque al validar mi tesis y mi antítesis sabía que cimbraría mi existencia, lo mejor hoy es que a mis 33 años justo hoy viernes santo, viernes de muerte, puedo decir que tengo una síntesis y que no soy ni víctima ni victimaria, que simplemente lo amo porque hoy se que, “cada quien hace lo mejor que puede con lo que tiene”. Hoy me gusta para reescribir mi mito, para encarnar en algo distinto y hacerme de ojos nuevos, para morirme y parirme otra vez.
Mi padre ha envejecido, ya tiene la espalda curveada cincelada por su propia vida y la cara morena terracota más que surcada, los ojos nublados y cada vez con menos visibilidad, él cumplirá 77 años y estoy segura que si él pudiera regresar el tiempo lo haría. Le miro esforzarse herido por sanar, los libros se han vuelto su mejor bálsamo y sin duda ese ha sido su mayor legado para mí… el amor por esos seres misteriosos plagados de personajes estrambóticos, ideas surrealistas, magia, palabras y consciencias. Dentro de mí se que hemos viajado juntos y explorado los mismos universos.
Sólo dos sillas y un espacio que durante muchos años parecía transatlántico. Cuando inicié con este método dialéctico, pude escuchar que el corazón de mi padre me decía lo siguiente:
– Sé que tal vez me vaya pronto, ya estoy viejo aunque me resista coloreándome los bigotes. Sé que he quedado a deber mucho no sólo a ti, sino a tu madre, a tus hermanos y hermanas; se que a veces parece que nada me importa pero sí me importa aún ensimismado e inexpresivo… yo los quiero, los amo… no se qué más puedo decir, quizás que a veces el sentimiento de vergüenza me absorbe y hace que me guarde en mi caparazón indestructible, ese que me protege incluso de mí mismo, de mis vicios y costumbres y más aún de mis recuerdos… Tengo tantas y tantas ganas de olvidar, de ensombrecer mi memoria y reconstruirme, de tejer una historia distinta.
Pero claro que yo, Rosario, aún con este profundo amor que tengo a las palabras, tampoco es que siempre encuentre las mejores, tampoco es que siempre esté lista con él y a veces me sienta como pez en agua enjabonada, ajena, distante… Así, poco a poco, forcejeando y negociando con la vida he ido vislumbrando nuevos caminos y formas para llegar a él, a veces instalada en el miedo pero la mayoría en un enojo inconsciente que me ha hecho resistente a mil vacunas. Intento hablar, parada desde versión actual:
– Me ha tomado todos estos años el aprender a soltar esa furia ajena y añeja, eso que adopté y me hizo verte y calificarte no como padre sino como hombre. Desearía haber tenido la oportunidad de compartir más contigo, de vivirte más de cerca y entenderte; Por otro lado, ¿sabes que me gusta la mujer que soy?, y eso sin tú manera de ser y tus ausencias no habría ocurrido. Sin saberlo, me hiciste fuerte, me ayudaste a descubrir aristas que yo no sabía que tenía, tu ausencia me podó las alas y me hizo tocar lugares nuevos, abrazar ángeles sin alas, tocar puertas en lugares mágicos y me convertiste en una gladiadora con una bendita manía por expresar en líneas rectas mis ideas torcidas.
Él, con los puños de las manos anudados, jugando como un niño, mirando hacia el suelo, buscando como yo las mejores palabras de su repertorio, con el corazón dispuesto guardado bajo la piel, con su camisa a cuadros, voz temblorosa y pausada:
– Yo me siento muy orgulloso de ti, se que nunca te lo he dicho pero te presumo con todos mis amigos del pueblo porque estás construyendo tu catedral con un pico y una pala, porque aunque aprendiste a vivir sin mí y entiendo que te costó, lo has hecho como dices que lo he hecho yo: “lo mejor que has podido con lo que has tenido” y estoy seguro que cada zancadilla de esas que pasan en el andar te ha dado resiliencia. ¿Sabes?… a veces no sé cómo acercarme a ti, no sé cómo hablarte o qué contarte. Me da la sensación de que no me necesitas…
Pienso en esos muros altos que me recuerdan esas creencias que no son vigentes, pienso en esas veces que en afán de no claudicar ni renunciar a mi persona, construí mi mundo fronterizo en el que poca gente podía entrar. Admito que también hubo gente que yo hubiera querido que entrara y no entró… entre ellos, él. Era crudo cómo proyectaba yo esa necesidad en el género masculino, cómo mi ánima y mi ánimus se instalaron en mí con cierta disparidad sin decir que fue bueno o malo y pese a todos los pesares fui creativa una vez que intenté conectar, y así, echando un vistazo hacia atrás, me atrevía a decirle:
– Es verdad, pero creo que podemos seguir conectando como hasta ahora lo hemos hecho, podemos seguir buscando temas en común como los libros, puedo escuchar lo que piensas de Dios y de la religión, quiero seguir escuchando lo que piensas del mal y de qué te das cuenta, porque cuando tú te das cuenta yo también me doy cuenta. Me modelas que nunca es tarde y espejear en ti me permite ver cuánto nos parecemos…. A momentos dejo de sentirme exiliada y me siento parte de ti, de los míos y sé que poco a poco voy a dejar de repetir historias.
Me acerco a él y con cierta dificultad lo abrazo porque su energía cierto es no me es tan familiar, como tampoco lo es su aroma. Veo que él no sabe abrazar porque nunca fue abrazado, organísmicamente hay cosas que no aprendió y hoy hace su mejor esfuerzo… eso me queda claro.
Meditación, yoga, libros, terapias, estudios, oración, rituales y más, han sido elementos y hallazgos que forman parte de esta búsqueda padre, este intentar comprender y soltar, ese darme la oportunidad de estar aquí y ahora buscado mí centro de gravedad en medio del caos. Hoy me siento capaz de conectar contigo aunque no te diga nada, tan sólo observo tu corazón lleno de huecos igual que el mío, igual incluso que el de mamá y veo que entre más espacios más cabida a experiencias nuevas, que entre más necesidades más fuerza, más motivos para volar.
Hoy viernes 18 de abril del 2014, te expreso mi gratitud más genuina por ser tú, por estar en la justa distancia, porque en tus ojos me he hecho persona sin importar todo lo que he tenido que llorar. El día que elijas irte padre, tú y yo estamos en paz por la sencilla razón de que reeditamos nuestra historia con un final distinto, porque aunque no tengamos la capacidad de expresarnos verbalmente cuanto nos amamos, hoy mi corazón lo sabe, hoy mi corazón abraza a tu corazón, deseando que en cada vida venidera podamos seguir construyendo un vínculo profundo y más que profundo incondicionalmente amoroso.
Gracias por lo que hoy me has revelado.